La patria no puede existir en todas las formas de gobierno. Unas la enaltecen hasta convertirla en una diosa; otras la envilecen y hacen de ella un ente despreciable y abyecto.
<<Parece que todas las ideas sociales son patrióticas y todos los hombres tienen en el corazón un altar en el que adoran a la patria: pero el creer esto es un error. Para atraer a las masas no pervertidas aún, que son bien pocas desgraciadamente, los liberales, por anarquistas que sean, se denominan patriotas, y tan patriotas son cuando asesinan en barricadas como cuando ejercen de tiranos en los bancos del poder. Tantas veces se han llamado patriotas y tantas veces han abusado de esta palabra, que ya inspiran horror a los buenos, porque se han convertido en un disfraz bajo el cual se oculta el crimen.
Aunque los liberales lo digan en todos los tonos, no pueden ser patriotas, pues las doctrinas que profesan destruyen hasta la idea de la patria.
El liberalismo ha borrado todas las epopeyas, y al estrechar a los hombres y a los pueblos en un abrazo, hipócrita y nefando, les arrancó el alma a todos los sentimientos elevados y los igualó rebajándoles con las bestias. El liberalismo es no solo la herejía dogmática que sacude el yugo de la verdad eterna, sino que es también la herejía social que rompe las cadenas del deber para que los hombres se despedacen como fieras y les da el arma de un derecho improvisado para que la esgriman contra el enemigo. Así como la tolerancia religiosa anula las religiones equiparándolas, el liberalismo, que es una tolerancia perversa, anula los Estados confundiéndolos. Para él el invasor es un hermano que tiene doquiera un pedazo de propiedad y un derecho imprescriptible.
Tan liberal es Napoleón, que lanza sus hordas sobre el suelo de España, como los afrancesados, los liberales de acá, que le abren las puertas y cobardes le obedecen. Y es que el liberalismo es cosmopolita, y en tanto que une a sus prosélitos en un lazo de odio de secta, rompe el lazo del patriotismo. Los hechos de nuestros gobiernos lo dicen muy alto.
Las naciones vecinas nos escuchan y arrastran el último girón de la honra nacional que nos queda. Se hacen tratados de comercio que matan nuestra agricultura y nuestra industria. El progreso moral no existe, el material no llega nunca o viene con dos siglos de retraso; los pueblos se mueren de hambre; el Estado, convertido en vampiro, chupa la sangre a los parias de la agricultura y los pisotea. ¿Dónde está pues, el patriotismo? ¿qué hacen esos gobiernos patriotas que nos hablan de honra y prosperidad, y nos la quitan?.
La misma miseria se ha pervertido y se ha amasado con el crimen, gracias a la filantropía liberal que no tiene corazón. Sobre sus escombros de la patria se entronizan los partidos; sus programas prácticos de gobierno no son los del país que sucumbe, son el modus vivendi de las pandillas que nos gobiernan y han gobernado. Se grita libertad e igualdad, y estamos en pleno feudalismo. El contribuyente es el eterno pechero que da al Estado la sangre de sus hijos y el producto de sus bienes. Los gobernantes son los señores feudales, a cuyas mesas jamás llega la escasez. ¿Está la patria en los ministros o en las direcciones solamente?.
Los individuos, para vivir, tienen que constituirse en gremios y agruparse como las plantas en los polos para no ser víctimas del hielo; pero si los gremios no llenan su objeto se disuelven.
El patriotismo individual entre los liberales, o no existe, o está tan debilitado, que no puede salvar a la patria.
Las libertades concedidas a la multitud son los lazos rotos del patriotismo que pasó. No hay unidad de pensamiento, porque la libertad lo ha destruido, y cada una tiene idea distinta de lo que es la patria. Patriotas se llamaban los cobardes afrancesados, y abrían las puertas al liberalismo que venía a envilecernos, y a Napoleón que venía a avasallarnos. ¿Dónde están las epopeyas del liberalismo? ¿dónde están sus glorias?, no las tiene ni podrá tenerlas, porque es la negación de todas ellas. Los hechos del liberalismo dicen más que todos mis argumentos. Nació con la cobardía y la traición, y jamás dará a la patria sino cobardes y traidores.
Léase su historia, medítese sus principios, y se verá que no exagero al calificarlo así.
Pablo Marín y Alonso, Barcelona, 1896.
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