EL ORIGEN CELTA
DE LA NAVIDAD
El día del 21 de diciembre es una fecha muy especial, tiene lugar el solsticio de invierno: la noche más larga del año, el momento que marca el final de la oscuridad y la llegada de la luz. Es un momento mágico, celebrado por muchas culturas desde la Edad del Hierro, y quizás antes. En el Norte, donde la oscuridad es aún mayor y el frío también, el solsticio de invierno significaba el triunfo de la vida sobre la muerte. Era un momento de celebración recogida, las familias y los amigos se reunían ante el fuego para celebrar que estaban vivos y para recordar a los que se habían quedado por el camino. Era el Yule.
En la festividad de Yule, una celebración que podía durar varias semanas en torno al solsticio de invierno, se colocaba bajo techo un árbol que recordaba el Yggdrasil, el Gran Fresno de cuyas ramas penden los Nueve Mundos, incluyendo el de los hombres.
Yggdrasil, el árbol Mundo de la mitologí vikinga por duende14
Se sacrificaba una cabra en honor a Thor (el dios de trueno nórdico conducía un carro tirado por dos machos cabríos de los que podía alimentarse y siempre revivían). La cabra era una ofrenda y terminó convirtiéndose en un símbolo de esta fiesta pagana, la que portaba las ofrendas.
Yule Goat o Cabra de Yule
Yule Goat o Cabra de Yule, que trae
regalos.
Y en las tierras de Finlandia esta cabra se encarnó en un anciano que traía regalos llamado Joulupukki (cabra de Yule), más conocido por todos nosotros como Santa Claus o Papá Noel.
El País Vasco conservó su propia figura al respecto: el Olentzero, también relacionado con tradiciones muy antiguas que se celebraban en el solsticio de invierno.
Igualmente, en muchos pueblos del norte de España aún sobreviven festividades paganas relacionadas con el solsticio de invierno, como el Zangarrón, un demonio vestido de paja aterroriza cada invierno a los habitantes de Sanzoles del Vino o Los Carochos de Riofrío de Aliste, demonios con colmillos de jabalí; dos festividades señaladas en Zamora.
Así se convirtió Yule en la Navidad
Si todo esto que os cuento os resulta familiar (una fiesta con la familia y los amigos reunidos junto a un árbol, comiendo cordero y ofreciendo regalos) es porque la Navidad procede de esta fiesta pagana llamada Yule.
En la Biblia nunca se cita la fecha del nacimiento de Cristo, es más, según cálculos basados en los datos aportados por los evangelios algunos expertos señalan que Jesús debió nacer en septiembre. Pero cuando el cristianismo comenzó a hacerse fuerte en el Imperio Romano hubo que elegir un día concreto para conmemorarlo.
Al igual que ocurrió con muchas otras celebraciones paganas (el solsticio de verano-San Juan, el equinocio de primavera-Pascua, Samhain-La noche de todos los Santos) los cristianos asimilaron las festividades locales del solsticio de invierno para fijar el nacimiento de Cristo: Yule en las tierras de los ‘bárbaros’ y la Saturnalia (una fiesta pagana en honor a Saturno) en el caso del Imperio Romano, que justo culminaba el 25 de diciembre con Natalis Invictis Solis, el nacimiento del sol invencible.
Ofrenda tradicional con el trono y las velas de Yule
Velas de Yule.
Parecía lógico que Cristo, que había venido al mundo para librar a la humanidad de la oscuridad, naciera en una fecha tan señalada como el solsticio de invierno, en el que la vida triunfa sobre la muerte. Si queréis saber más sobre esto, no os perdáis este exhaustivo texto de la historiadora Laia San José Beltrán sobre el origen de esta festividad nórdica del solsticio de invierno.
Recuperando Yule en la actualidad
En los países escandinavos e incluso en Gran Bretaña se han conservado algunas tradiciones originales de Yule, como quemar un gran tronco (cuenta también su versión en bizcocho de chocolate), colgar la cabra de paja que simbolizaba el sacrificio de la cabra a Thor o el Wassailing o Yulesinging, que es lo que nosotros conocemos como ‘pedir el aguinaldo’.
También hay comunidades que en la actualidad tratan de recuperar la festividad original de Yule, con su significado primigenio.
Me encuentro entre una de esas personas fascinadas por estas antiguas costumbres, así que no es de extrañar que también nacieran en el solsticio del invierno los protagonistas de Neimhaim, Ailsa y Saghan, dos jóvenes señalados por el destino para unir a dos pueblos antagónicos.
¡Feliz Yule a todos!
Ofrenda con piedras, velas y motivos vegetales para Yule en el solsticio de invierno
Ofrenda de Yule en la nieve.
La Navidad, tal y como la conocemos hoy en día, se basa en la tradición religiosa del nacimiento de Jesús, la visita de los reyes magos y los milagros hechos por Santa Claus (San Nicolás).
Sin embargo, las fiestas navideñas sólo se empezaron a celebrar a partir de la Edad Media, y fueron los papas de aquella época quienes fijaron la fecha en el 25 de diciembre, precisamente para que los fieles prestasen menos atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno y más a las celebraciones religiosas. Incluso el típico árbol de navidad tiene un origen celta.
El solsticio de invierno es el día más corto del año. Esto es así porque se trata del momento en que la tierra está más inclinada con respecto al sol, y por ello recibe menos luz. Este momento era considerado por muchas culturas como inicio del año, y ese es el motivo de las celebraciones.
En la cultura celta, la festividad del solsticio de invierno recibía el nombre de Yule. El Yule designa el momento en que la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo.
En Escandinavia existía la tradición de celebrar el Yule con bailes y fiestas. También se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, que según la creencia controlaba el tiempo y la lluvia.
Durante la festividad de Yule era tradicional quemar el tronco de Yule, un largo tronco de árbol que iba ardiendo lentamente durante toda la temporada de celebraciones, en honor del nacimiento del nuevo sol. De esa tradición proceden los pasteles en forma de tronco (troncos de chocolate) que hoy en día se comen en Navidades.
Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un poder, y que ese poder protegía y ayudaba al árbol. Los bosques sagrados servían como templo a los germanos.
Para los galos, la encina era un árbol sagrado sobre el que los druidas, sacerdotes celtas guardianes de las tradiciones, recogían el muérdago siguiendo un rito sagrado.
Esta tradición, heredada a través de los siglos, sirvió de inspiración para el actual árbol de Navidad.
¿Quién no ha oído todos los años, cada 25 de diciembre, los lamentos de quienes acusan al mundo moderno de haber privado de sentido la fiesta de la Navidad? Fiesta religiosa, en efecto, hoy se reduce a un simple apogeo de la sociedad de consumo donde las familias gastan lo que no tienen para subir después con mayor esfuerzo la célebre cuesta de enero. Pero tales lamentos, que son ciertos, son no obstante incompletos. De hecho, el sentido “original” de la fiesta de la Navidad empezó a perderse hace siglos. Porque tal sentido no era la conmemoración del nacimiento de Cristo, sino la promesa del retorno del Sol, algo que los europeos celebraban muchos siglos antes de que el cristianismo se convirtiera en religión oficial de nuestras gentes.
DE LA NAVIDAD
El día del 21 de diciembre es una fecha muy especial, tiene lugar el solsticio de invierno: la noche más larga del año, el momento que marca el final de la oscuridad y la llegada de la luz. Es un momento mágico, celebrado por muchas culturas desde la Edad del Hierro, y quizás antes. En el Norte, donde la oscuridad es aún mayor y el frío también, el solsticio de invierno significaba el triunfo de la vida sobre la muerte. Era un momento de celebración recogida, las familias y los amigos se reunían ante el fuego para celebrar que estaban vivos y para recordar a los que se habían quedado por el camino. Era el Yule.

Yggdrasil, el árbol Mundo de la mitologí vikinga por duende14
Se sacrificaba una cabra en honor a Thor (el dios de trueno nórdico conducía un carro tirado por dos machos cabríos de los que podía alimentarse y siempre revivían). La cabra era una ofrenda y terminó convirtiéndose en un símbolo de esta fiesta pagana, la que portaba las ofrendas.
Yule Goat o Cabra de Yule
Yule Goat o Cabra de Yule, que trae
regalos.
Y en las tierras de Finlandia esta cabra se encarnó en un anciano que traía regalos llamado Joulupukki (cabra de Yule), más conocido por todos nosotros como Santa Claus o Papá Noel.
El País Vasco conservó su propia figura al respecto: el Olentzero, también relacionado con tradiciones muy antiguas que se celebraban en el solsticio de invierno.
Igualmente, en muchos pueblos del norte de España aún sobreviven festividades paganas relacionadas con el solsticio de invierno, como el Zangarrón, un demonio vestido de paja aterroriza cada invierno a los habitantes de Sanzoles del Vino o Los Carochos de Riofrío de Aliste, demonios con colmillos de jabalí; dos festividades señaladas en Zamora.
Así se convirtió Yule en la Navidad
Si todo esto que os cuento os resulta familiar (una fiesta con la familia y los amigos reunidos junto a un árbol, comiendo cordero y ofreciendo regalos) es porque la Navidad procede de esta fiesta pagana llamada Yule.
En la Biblia nunca se cita la fecha del nacimiento de Cristo, es más, según cálculos basados en los datos aportados por los evangelios algunos expertos señalan que Jesús debió nacer en septiembre. Pero cuando el cristianismo comenzó a hacerse fuerte en el Imperio Romano hubo que elegir un día concreto para conmemorarlo.
Al igual que ocurrió con muchas otras celebraciones paganas (el solsticio de verano-San Juan, el equinocio de primavera-Pascua, Samhain-La noche de todos los Santos) los cristianos asimilaron las festividades locales del solsticio de invierno para fijar el nacimiento de Cristo: Yule en las tierras de los ‘bárbaros’ y la Saturnalia (una fiesta pagana en honor a Saturno) en el caso del Imperio Romano, que justo culminaba el 25 de diciembre con Natalis Invictis Solis, el nacimiento del sol invencible.
Ofrenda tradicional con el trono y las velas de Yule
Velas de Yule.
Parecía lógico que Cristo, que había venido al mundo para librar a la humanidad de la oscuridad, naciera en una fecha tan señalada como el solsticio de invierno, en el que la vida triunfa sobre la muerte. Si queréis saber más sobre esto, no os perdáis este exhaustivo texto de la historiadora Laia San José Beltrán sobre el origen de esta festividad nórdica del solsticio de invierno.
Recuperando Yule en la actualidad
En los países escandinavos e incluso en Gran Bretaña se han conservado algunas tradiciones originales de Yule, como quemar un gran tronco (cuenta también su versión en bizcocho de chocolate), colgar la cabra de paja que simbolizaba el sacrificio de la cabra a Thor o el Wassailing o Yulesinging, que es lo que nosotros conocemos como ‘pedir el aguinaldo’.
También hay comunidades que en la actualidad tratan de recuperar la festividad original de Yule, con su significado primigenio.
Me encuentro entre una de esas personas fascinadas por estas antiguas costumbres, así que no es de extrañar que también nacieran en el solsticio del invierno los protagonistas de Neimhaim, Ailsa y Saghan, dos jóvenes señalados por el destino para unir a dos pueblos antagónicos.
¡Feliz Yule a todos!
Ofrenda con piedras, velas y motivos vegetales para Yule en el solsticio de invierno
Ofrenda de Yule en la nieve.
La Navidad, tal y como la conocemos hoy en día, se basa en la tradición religiosa del nacimiento de Jesús, la visita de los reyes magos y los milagros hechos por Santa Claus (San Nicolás).
Sin embargo, las fiestas navideñas sólo se empezaron a celebrar a partir de la Edad Media, y fueron los papas de aquella época quienes fijaron la fecha en el 25 de diciembre, precisamente para que los fieles prestasen menos atención a las fiestas paganas del solsticio de invierno y más a las celebraciones religiosas. Incluso el típico árbol de navidad tiene un origen celta.
El solsticio de invierno es el día más corto del año. Esto es así porque se trata del momento en que la tierra está más inclinada con respecto al sol, y por ello recibe menos luz. Este momento era considerado por muchas culturas como inicio del año, y ese es el motivo de las celebraciones.
En la cultura celta, la festividad del solsticio de invierno recibía el nombre de Yule. El Yule designa el momento en que la rueda del año está en su momento más bajo, preparada para subir de nuevo.
En Escandinavia existía la tradición de celebrar el Yule con bailes y fiestas. También se sacrificaba un cerdo en honor de Frey, dios del amor y la fertilidad, que según la creencia controlaba el tiempo y la lluvia.
Durante la festividad de Yule era tradicional quemar el tronco de Yule, un largo tronco de árbol que iba ardiendo lentamente durante toda la temporada de celebraciones, en honor del nacimiento del nuevo sol. De esa tradición proceden los pasteles en forma de tronco (troncos de chocolate) que hoy en día se comen en Navidades.
Los antiguos celtas creían que el árbol representaba un poder, y que ese poder protegía y ayudaba al árbol. Los bosques sagrados servían como templo a los germanos.
Para los galos, la encina era un árbol sagrado sobre el que los druidas, sacerdotes celtas guardianes de las tradiciones, recogían el muérdago siguiendo un rito sagrado.
Esta tradición, heredada a través de los siglos, sirvió de inspiración para el actual árbol de Navidad.
¿Quién no ha oído todos los años, cada 25 de diciembre, los lamentos de quienes acusan al mundo moderno de haber privado de sentido la fiesta de la Navidad? Fiesta religiosa, en efecto, hoy se reduce a un simple apogeo de la sociedad de consumo donde las familias gastan lo que no tienen para subir después con mayor esfuerzo la célebre cuesta de enero. Pero tales lamentos, que son ciertos, son no obstante incompletos. De hecho, el sentido “original” de la fiesta de la Navidad empezó a perderse hace siglos. Porque tal sentido no era la conmemoración del nacimiento de Cristo, sino la promesa del retorno del Sol, algo que los europeos celebraban muchos siglos antes de que el cristianismo se convirtiera en religión oficial de nuestras gentes.
Las fechas no encajan
Todos nos hemos preguntado alguna vez cómo es posible que el año, en la era cristiana,
comience el 1 de enero, aunque el nacimiento de Cristo, punto de partida teórico del cómputo del tiempo en esta era, se haya fijado un 25 de diciembre. También es común otra pregunta: ¿Cómo es posible que Jesús haya sido adorado por pastores que custodiaban rebaños de ovejas, durmiendo al raso, en pleno mes de diciembre? ¿Eran pastores suicidas? Estas incoherencias del relato navideño cristiano suscitan siempre todo género de perplejidades. El hombre de hoy suele despachar la contradicción encogiéndose de hombros o rechazando como “patraña” la integridad del hecho navideño. Pero estos fáciles expedientes se complican cuando constatamos que el 25 de diciembre era también una gran fiesta en el mundo romano, y que la noche del 24 al 25 de diciembre marca asimismo el solsticio de invierno, la noche más larga del año. La documentación histórica hará el resto: descubriremos así que tras la Navidad se oculta una de las constantes más profundas del alma de la cultura europea.
Al lector le sorprenderá saber que la Iglesia nunca creyó que Jesús naciera realmente el 25 de diciembre. De hecho, la fecha exacta del nacimiento de Jesús es desconocida, porque en el Oriente antiguo no se celebraban los cumpleaños y allí, generalmente, los padres no recuerdan cuándo han nacido sus hijos. Se trata de costumbres que han durado hasta fecha reciente: en los censos elaborados en el Oriente Medio tras la descolonización, la mayor parte de los ciudadanos ignoraba su propia edad. Tampoco las Escrituras ayudan a despejar la incógnita. El Evangelio canónico más antiguo, que es el de Marcos, pasa completamente por alto la infancia de Jesús. Mateo sitúa su nacimiento en Belén, según la profecía de Miqueas, pero no nos especifica nada más. El prólogo añadido al Evangelio de Lucas, donde se dice que “había en la región unos pastores que pernoctaban al raso y de noche se turnaban velando sobre su rebaño” (2, 8), sugiere una fecha primaveral. La tradición posterior de la gruta de pastores no se encuentra en los evangelistas; parece que se refiere a un santuario del dios Adonis tardíamente anexionado por la Iglesia para su culto.
Nunca, pues, pudo la Iglesia primitiva fijar la fecha exacta del nacimiento de Jesús. Existe constancia documental de que en el siglo II hubo amplios debates sobre este punto, y de que se saldaron con las afirmaciones más contradictorias. Clemente de Alejandría propuso la fecha del 18 de noviembre; otros señalaron el 2 de abril, el 20 de abril, el 20 o el 21 de mayo… Ésta última era la apuesta de los cronólogos egipcios. Pero un De Pascha Computus fechado en 243 afirma que la natividad se produjo el 28 de marzo. Los marcionitas, por su parte, negaron la mayor: Jesús había descendido directamente del cielo y apareció en Cafarnaún ya como adulto, durante el año 15 del reinado de Tiberio (Cf. Robert de Herté: “Petit dictionnaire de Noël”, en Etudes & Recherches, 4-5, enero 1977).
Había motivos religiosos y filosóficos que respaldaban la opción de quienes preferían dejar la cuestión sin respuesta: por eso Orígenes, hacia el año 245, consideró “inconveniente” ocuparse de festejar el nacimiento de Cristo “como si se tratara de un rey o un faraón”. Sin embargo, en esa misma época estaban apareciendo gran cantidad de protoevangelios y “evangelios de la infancia”, a cada cual más fantástico, que disparaban la imaginación de los fieles. Averiguar la fecha exacta de la natividad se había convertido en un problema de primer orden, seguramente porque en aquel tiempo la doctrina cristiana empezaba a configurarse como un corpus relativamente consolidado, obligado a no dejar ni una sola pregunta sin solución.
La Epifanía de Osiris/Dionisos
Fue así como empezó a aceptarse la propuesta formulada por los basilidianos de Egipto, una secta gnóstica semi-cristiana, seguidora de las enseñanzas de Basílides y que en la primera mitad del siglo II habían sugerido la fecha del 6 de enero. Los cristianos de Siria y después todas las comunidades de Oriente respaldaron la decisión. Pero, ¿por qué el 6 de enero? Porque esa fecha era ya, en el oriente del Viejo Mundo, la de la Epifanía (del griego epiphaneia, “aparición”) de Osiris y de su correspondiente griego, Dionisos, y la continuidad de estos dioses con Cristo era parte de la doctrina del mencionado gnóstico Basílides.
El 6 de enero era la fecha de la bendición de los ríos en el culto de Dionisos, que los griegos identificaron con el dios egipcio Osiris. Esta correspondencia venía justificada por profundas afinidades rituales. La epifanía o aparición de Dionisos tuvo lugar en la Isla de Andros, donde, en la noche del 5 al 6 de enero, manaba un “vino milagroso” que daba testimonio de la presencia invisible del dios. Respecto a la epifanía de Osiris, que también se festejaba en la misma fecha (el 11 Tybi, es decir, el 5/6 de enero), venía precedida por un periodo de duelo donde se lloraba al dios muerto en la época del solsticio de invierno; luego reaparecía Osiris y las aguas del Nilo se hacían vino. Todo el mundo greco-oriental celebraba en esta fecha fiestas semejantes. La fuente sagrada de Dionisos manaba vino también en el santuario de Teos.
Hay, además, una importante presencia femenina en estas fiestas de la Epifanía. Bajo el vino santo de Dionisos, Isis alumbraba a Harpócrates, el sol que volvía a nacer. En la astrología de la alta antigüedad, el 6 de enero marcaba el momento en que el sol salía por la constelación de la Virgen. En Alejandría se celebraban ceremonias en el templo de la Virgen, el Koreión, pues la Virgen había dado a luz a su hijo Aión, el Eterno, homólogo de Dionisos y Osiris. Este último rito es particularmente interesante: tras una vigilia de plegarías, los fieles bajaban a una cripta para retirar una estatua de un niño recién nacido que exhibía en la frente, las manos y las rodillas, las marcas de una cruz y una estrella de oro. Los fieles proclamaban: “La Virgen ha dado a luz; ahora crecerá la luz”. La Virgen… El carácter sagrado de la madre del Dios, ignorado y en ocasiones hasta negado en el ámbito judeocristiano, es una aportación específicamente europea al universo religioso del catolicismo. Isidro Palacios ha dedicado amplias páginas a interpretar el significado profundo de la Dama (Apariciones de la Virgen, Temas de Hoy, 1994). Retengamos el dato, porque luego volveremos a toparnos con otras damas que pueblan el paisaje navideño. Señalemos, para concluir este apartado, que esta fiesta del alumbramiento de Aión tenía un carácter cívico: Alejandro Magno había fundado Alejandría en el año —331 y, para asegurar la eternidad de la ciudad, la había consagrado a Aión, el Eterno.
Es evidente que el triple culto de Dionisos, Osiris y Aión determinó la opción de los basilidianos por el 6 de enero a la hora de fijar el nacimiento de Jesús, acontecimiento que en aquella época era idéntico a la Epifanía. Máxime cuando a esa misma fecha, y por el mismo motivo, se le atribuyen otros dos hechos milagrosos: el bautismo de Jesús en aguas del Jordán y el episodio de las bodas de Caná con la transformación del agua en vino. Estos episodios del culto cristiano guardan una clara relación ritual con las ceremonias acuáticas en el Nilo de Osiris, que era igualmente hijo de un dios y una mortal, como explica Luciano (Diálogos, IX, 2), y con la tradición griega y egipcia que conmemora las nupcias del dios solar y las aguas, incluida la transformación de éstas en vino. Pero no era sólo cuestión de gnósticos, como los basilidianos. En el cristianismo oriental de los primeros tiempos, la identificación de Cristo con el Sol es una constante. Hacia el año 170, Melitón de Sardes, obispo de Lidia, había comparado inequívocamente a Cristo con Helios, el dios Sol: “Si el Sol con las estrellas y la Luna se bañan en el océano, ¿cómo no iba Cristo a ser bautizado en el Jordán? El rey del cielo, príncipe de la creación; el sol levante que apareció también ante los muertos del Hades y los muertos de la Tierra, ha ido, como un verdadero Helios, hacia las alturas del cielo”.
De manera que en siglo IV, y empujado por la fuerza de esta memoria mítica, todo el Oriente cristiano está ya celebrando el nacimiento de Jesús el 6 de enero. En 386 se ha decidido oficialmente que las dos grandes fiestas cristianas son Pascua y Epifanía. Un año antes, el papa Siricio, recién entronizado en la Silla de Pedro, había calificado la fecha del 6 de enero como “Natalicia”.
Nos hallamos aquí en presencia de un fenómeno que los antropólogos conocen por sincretismo, a saber, la conjunción de dos o más rasgos culturales de origen diferente que dan lugar a un nuevo hecho cultural. La Europa suroriental de los primeros siglos de nuestra era, donde confluían las tradiciones griega, egipcia y judeo-cristiana, junto a muchas otras ramas de la religiosidad del oriente próximo, fue terreno abonado para este género de fenómenos. Pero si el carácter sincrético de la Epifanía cristiana del 6 de Enero es evidente, igualmente lo será la otra gran tradición navideña: la de celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre.
La fiesta del Sol Invicto
Efectivamente, mientras la Iglesia de Oriente adopta el 6 de enero como fecha de la Natividad, en el occidente de Europa se empieza a adoptar la fecha del 25 de diciembre. Y también aquí el origen es pre-cristiano: en este caso no Osiris ni Dionisos, sino Mitra, aquel dios solar de los persas, seguramente derivado del Mitra indio, y que las legiones romanas trajeron a Europa. El culto de Mitra, aunque se remonta a los siglos VII y VI, conoció un formidable impulso en la Roma del siglo II. De hecho, esta época conoció una dura competencia entre el cristianismo y el mitraísmo, pues ambas, que compartían muchos elementos comunes (la idea de redención, la salvación de las almas después de la muerte, etc.) pugnaban por convertirse en la religión dominante de un Imperio que había ya abandonado a sus viejos dioses. Y los mitraístas festejaban el renacimiento de Mitra todos los años, el 25 de diciembre, justo en medio del periodo del solsticio de invierno, después de las saturnalias romanas.
Además, hay que tener en cuenta que en esta misma época los pueblos bárbaros —esto es, los nada o poco romanizados— seguían celebrando en torno al 25 de diciembre sus viejos ritos solsticiales. Así la Iglesia consideró bueno operar en su provecho un hábil sincretismo. ¿Acaso la Biblia no llama al Mesías “el Sol de la justicia”, como escribió Malaquías?
En efecto, el 25 de diciembre era en Roma la fiesta del Sol Invicto. Según cuenta Macrobio, ese día los fieles se dirigían a un santuario de donde sacaban una divinidad del Sol, representado como un niño recién nacido. Las enseñas del emperador Juliano portaban el lema Soli Invicto. En el calendario de Philocalus, en el año 354 (que, por cierto, fue descubierto y dado a conocer por Theodor Mommsen), el 25 de diciembre se señalaba como Dies natalis Solis invicti; junto a la primera mención del nacimiento de Cristo y la indicación del nacimiento de Mitra. Y esta fecha, el día del sol invicto, venía a coincidir también con la vieja tradición de la Europa precristiana de celebrar el solsticio de invierno, que ha sido una de las fiestas más importantes de los pueblos indoeuropeos y que como tal ha sobrevivido en todas las culturas que éstos han creado.
El solsticio de invierno marca el momento de las noches más largas del año; el sol parece estar a punto de extinguirse. Este periodo dura doce noches, desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero. Según la tradición, en este tiempo los reinos de los vivos y los muertos entran en comunicación. Encontramos este motivo mítico en los celtas, los griegos, los germanos y los indios védicos. Pero, lejos de significar un tiempo de oscuridad, los antepasados de los europeos lo celebraban como anuncio indudable del próximo retorno del Sol y del renacimiento de la vida que no muere bajo el frío invernal.
Hoy se reconoce de forma prácticamente unánime que fue la pre-existencia de esta fiesta pagana lo que llevó a la Iglesia a fijar el nacimiento de Cristo el 25 de diciembre. Escuchemos a Arthur Weigall: “Esta nueva fecha fue elegida enteramente bajo influencia pagana. Desde siempre había sido la del aniversario del sol, que se celebraba en muchos países con gran alborozo. Tal elección parece habérsele impuesto a los cristianos por hallarse éstos en la imposibilidad, ya fuera de suprimir una costumbre tan antigua, ya fuera de impedir al pueblo que identificara el nacimiento de Jesús con el del Sol. Así hubo que recurrir al artificio, frecuentemente empleado y abiertamente admitido por la Iglesia, de dar una significación cristiana a este rito pagano irreprimible” (Survivences païennes dans le monde chrétien, París, 1934). Esta misma tesis es admitida por numerosos autores cristianos. Credner, en 1833, señalaba: “Los Padres transfirieron la conmemoración del 6 de enero al 25 de diciembre porque la costumbre pagana quería que se celebrara en esta fecha el nacimiento del Sol, encendiendo velas en signo de alegría, y porque los cristianos tomaban parte en estos ritos y festejos. Cuando los doctores vieron cuán ligados seguían los cristianos a esta fiesta, tomaron la decisión de hacer que la Natividad se celebrara en este día” (“De natalitiorum Christi origine”, Zeitsch, Hist. Theol., III).
La fusión, no obstante, presentaba sus riesgos desde el punto de vista doctrinal, porque la identificación entre Cristo y el Sol llegaba, en las prédicas de los propios padres, a extremos demasiado paganizantes. Así en el siglo IV San Efrén, en su Himno a la Epifanía, había desarrollado una explicación absolutamente solsticial del misterio cristiano: “El Sol es victorioso y misterio son los pasos con que se eleva. Ved que hay doce días desde que el sol se eleva en el cielo, y hoy henos aquí en el décimotercer día. Símbolo perfecto del Hijo y sus Doce apóstoles. Vencidas las tinieblas del invierno, para demostrar que Satán ha sido vencido. El Sol triunfa para demostrar que el hijo único de Dios celebra su triunfo”. Este tipo de interpretaciones se hicieron muy frecuentes en los primeros tiempos: la fiesta del Sol todavía tenía más arraigo popular que la conmemoración de la Natividad. No es extraño que San Agustín, en sus Sermones, suplicara a sus contemporáneos que no reverenciaran el 25 de diciembre como día únicamente consagrado al Sol, sino también en honor a Jesús.
Un testimonio más tardío, el de Beda el Venerable, a principios del siglo VIII, nos ofrece detalles muy concretos sobre cómo se aplicó el sincretismo cristiano sobre el solsticio pagano. Así, en la Historia Ecclesiastica gentis Anglorum del célebre monje benedictino, leemos que en el año 601 el papa Gregorio I encomendó a los misioneros ingleses, sobre todo a Melitus y Agustín de Cantorbery, desviar de su sentido originario las costumbres paganas más arraigadas, y no combatirlas abiertamente: “No destruyais los santuarios donde se sientan sus ídolos —explicaba el papa—, sino sólo los ídolos que están en esos santuarios. Consagrad el agua traída a tales templos y levantad allí altares… de forma que el pueblo, viendo que sus templos no son destruidos, renuncie a sus errores y reconozca y adore al verdadero Dios. (…) Y si tienen el hábito de sacrificar bueyes a los demonios, ofrecedles alguna celebración en lugar de ese sacrificio… Que celebren fiestas religiosas y honren a Dios con sus fiestas, de modo que puedan conservar sus placeres exteriores, pero estando mejor dispuestos a recibir los gozos espirituales”.
La primera mención latina del 25 de diciembre como fecha de la Navidad se remonta al año 354. Sin embargo, no existe constancia de que en tal época celebrara la Iglesia fiesta alguna. La tradición dice que la fiesta de la Navidad fue instituida por el papa Julio I, cabeza visible de la Iglesia entre 337 y 352, pero no hay ningún documento que permita asegurarlo. Más probable parece que fuera un poco más tarde, bajo el reinado del emperador de Occidente Honorio, entre los años 395 y 423, cuando la Natividad del Señor el 25 de diciembre se convirtió en fiesta religiosa, puesta en pie de igualdad con la Pascua y la Epifanía, quedando esta última reducida únicamente al episodio de los reyes magos, y asimilándosele las bodas de Caná y el bautismo en el Jordán. No obstante, ésto acontecía sólo en la Iglesia de Occidente, porque en Oriente la Navidad seguía celebrándose como Epifanía, el 6 de enero: existe constancia de que a finales del siglo IV así ocurría en Chipre y en Jerusalén; Juan Crisóstomo, en una de sus prédicas en Antioquía el día de Pentecostés, sólo cita tres grandes fiestas cristianas, a saber, Epifanía, Pascua y el propio Pentecostés. No será hasta el 440 cuando la Iglesia decida oficialmente celebrar el nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Aún así, ésta no constituirá fiesta obligatoria hasta que así lo decida el Concilio de Agde, en el 506. Y habrá que esperar al año 529 para que el emperador Justiniano la implante como día festivo.
¿Quiénes eran los Reyes Magos?
Es muy significativo el hecho de que el paso de la Navidad del 6 de enero al 25 de diciembre haya coincidido con la implantación del cristianismo en Europa, su triunfo en Roma y el abandono progresivo de los ritos orientales. Desde el año 450, el papa León Magno había comenzado la revisión doctrinal al definir la Epifanía como “la fiesta de los Magos”. En Milán, Ambrosio conmemorará el 6 de enero el bautismo de Cristo. A principios del siglo V, en Italia, la Epifanía es llamada “la fiesta de los tres milagros”: la adoración de los Magos, el bautismo en el Jordán y la transformación del agua en vino.
La aparición de estos personajes, los Reyes Magos o Magos de Oriente, merece mención aparte, porque constituye también un claro ejemplo de sincretismo. Los Magos sólo aparecen en el más tardío de los Evangelios sinópticos, que es el de Mateo. Éste habla de “sabios”, en número indefinido, que acuden a Belén guiados por una estrella milagrosa. Las connotaciones mitraístas del episodio son evidentes: el empleo de la palabra magi (“magos”), de origen indoeuropeo, permite descubrir una clara alusión a los sacerdotes persas, adoradores de Mitra; éstos, en la época del nacimiento de Jesús, mantenían el culto en Jerusalén y parecen haber gozado de una notable influencia; conviene saber, por otra parte, que Mitra, nacido el 25 de diciembre, fue también adorado por pastores que le llevaron ofrendas, es decir, el mismo episodio que encontramos en Lucas. Respecto a la estrella, caben las hipótesis más dispares: desde la de que se trata de un cometa hasta la propuesta por dos astrónomos franceses, Jean Gagé y Franz Cumont, que la identificaron como el “pequeño rey” de la constelación de Leo (el regulus de los romanos, el basilikos de los griegos). Esta última tesis tiene la ventaja de coincidir con la tradición irania: los persas atribuían a esta estrella la capacidad de despertar vocaciones de realeza, e intervenía en el horóscopo que dibujaban los sacerdotes para determinar el momento del nacimiento del rey cuando la constelación entraba en el Sol. Las conexiones entre el episodio de los Magos y la tradición persa no terminan aquí. En una versión árabe de los Evangelios descubrimos el siguiente pasaje: “Ved cómo los magos vinieron de Oriente a Jerusalén, según predijo Zoroastro”. El texto zoroástrico alude a un Mesías que es Saushyant, el dios-salvador iraní, identificado más tarde con Mitra.
Los Evangelios no dicen nada acerca del número, el nombre o la apariencia física de los Magos. Los cristianos de Oriente decían que son doce. La tradición romana se quedará con tres, a los que dará nombres fantásticos. El título de “Reyes” parece haberse añadido tardíamente para que la tradición y el Evangelio concordaran con las profecías judías: “Reyes serán tus ayos, y sus princesas tus nodrizas; postrados ante tí, rostro a tierra, lamerán el polvo de tus pies” (Isaías, 49, 23). La leyenda se fue ampliando poco a poco, según esa ley de la memoria de los pueblos que convierte el mito en realidad incontrovertible y que hace real lo imaginario. Durante la Edad Media los Reyes Magos despertarán una gran devoción. Se supone que sus reliquias fueron trasladadas en el siglo VI desde Constantinopla hasta Milán. En el año 1164, el emperador Federico Barbarroja las hizo transportar a la catedral de Colonia, donde aún hoy reposan.
No obstante, y por importante que fuera la fiesta de los Reyes Magos, la fecha del 6 de enero quedaba notablemente disminuida respecto a la nueva fecha de la Navidad. Para facilitar el cambio de fechas, la Iglesia recurrirá a un desdoblamiento doctrinal: la Navidad, el 25 de diciembre, conmemora el nacimiento físico de Jesús (natalis in carne); la Epifanía, el 6 de enero, celebrará el “segundo nacimiento”, espiritual, de Cristo, simbolizada por el bautismo en aguas del Jordán. Esto no dejará de producir violentos conflictos entre las iglesias latina y oriental. Las comunidades de Siria y Armenia declararán desde el primer momento su horror por la elección de un día como el 25 de diciembre, reconocido como marcadamente pagano: acusarán a los “occidentales” de idolatría y seguirán fieles al 6 de enero, olvidando que esta fecha, la escogida por los seguidores de Basílides, también era de origen pagano.
En Europa la tradición era poco a poco unificada, los viejos textos litúrgicos sobre la Epifanía eran “corregidos” para encajar las innovaciones y los sacerdotes celebraban en Cristo la lumen lumine (“luz de luz”, expresión retomada de la liturgia mitraísta: “llama nacida de la llama”). Con el transcurrir del tiempo, siglos más tarde, la Epifanía irá perdiendo importancia en la Iglesia de Occidente y quedará reducida al episodio de los Magos, mientras que el bautismo en aguas del Jordán se transferirá al 13 de enero. Recientemente, en 1972, la Iglesia de Roma romperá una vez más la tradición y hará de la Epifanía una fiesta móvil, para satisfacer “fines ecuménicos”. Mientras tanto, en Oriente, la Epifanía alcanzaba una importancia que jamás conocerá en Occidente: en el imperio bizantino, el agua de Epifanía será durante mucho tiempo bendecida y asperjada sobre los fieles, costumbre ritual que no llegará a la iglesia latina hasta el siglo XV. Todavía hoy, la Iglesia armenia, sometida al rito jerosolomitano, rechaza la fecha del 25 de diciembre; los cristianos coptos de Egipto aún celebran el 11 Tybi (6 de enero) el Aïd-el-Ghitas o “fiesta de la inmersión”.
Esta actitud de rechazo no será excepcional en la historia del cristianismo. Los maniqueos, por ejemplo, siempre se negaron a reconocer la fecha del 25 de diciembre. Lo mismo hicieron numerosos grupos protestantes. En la Inglaterra de Cromwell, las celebraciones de Navidad fueron suprimidas por la violenta hostilidad de los puritanos hacia todo cuanto pudiera recordar ese origen pagano. La Navidad no se restableció hasta 1660, tras la restauración de Carlos II. En Escocia, la Navidad fue prohibida en 1583 y se arbitraron graves sanciones para quien la festejara. Todavía hoy, numerosas sectas cristianas, como los Testigos de Jehová, rehusan celebrarla.
Supervivencia de los ritos paganos
Señalemos que esta fobia de tantas familias cristianas hacia la fiesta de la Navidad está completamente justificada desde su punto de vista. La cristianización de la fiesta, aunque profunda, no fue capaz de eliminar los rasgos eminentemente paganos del 25 de diciembre. Para constatarlo basta con repasar los elementos rituales populares que rodean a la Navidad. Veremos así que todos ellos, en Europa, tienen un origen innegablemente pagano.
Tomemos, por ejemplo, una de las costumbres más típicamente navideñas: la del banquete. Para culminar la cristianización del solsticio, la Iglesia quiso hacer del periodo de Adviento (las cinco o seis semanas, según el rito, previas a la Navidad) un periodo de penitencia y ayuno. El papa Gregorio Magno, a principios del siglo VII, predicó una serie de homilías en ese sentido, pero su éxito fue muy limitado. El periodo de ayuno fue reduciéndose poco a poco hasta quedar limitado a unos pocos días. Su carácter obligatorio perdió fuerza y los propios papas se vieron obligados a tolerar su transgresión, antes de que fuera definitivamente abolido por el nuevo código de Derecho Canónico en 1918; en la Iglesia de Oriente, por el contrario, su práctica sigue siendo muy estricta. Y es que las semanas previas a la Navidad, en Europa, han sido siempre un periodo de alegría y alborozo, de gozosa preparación a la fiesta, sin carácter expiatorio. Tradicionalmente, el pueblo ha celebrado el periodo de Adviento a partir del 11 de noviembre, San Martín, fecha (móvil, no obstante) que tanto en Alemania como en España permanece vinculada a la matanza del cerdo. El cerdo, de hecho, ha sido el manjar emblemático de la Navidad hasta que los españoles introdujeron en Europa el pavo, procedente de México. Y así el adviento pagano es una verdadera escalada gastronómica que culmina con los banquetes solsticiales, los días 24 y 25 de diciembre, y con el apogeo de los dulces de Navidad: todos los pueblos de Europa poseen sus propios dulces navideños, desde los mazapanes y turrones españoles hasta los cognés de la Lorena, pasando por las keniolles de Flandes y el plum pudding inglés. Es una costumbre antiquísima: existe constancia documental de que en la Edad Media los vasallos ofrecían a sus señores “panes de Navidad” en signo de fidelidad renovada.
Otro tanto cabe decir de una estampa tan vinculada al periodo navideño como la de los niños que piden el aguinaldo. El origen de esta palabra, aguinaldo, es un misterio. En castellano antiguo se decía aguilando, y la Real Academia Española lo hace derivar del latín hoc in anno. En francés se dice Au gui l’an neuf; en dialecto gascón, aguilloné. Pero en bretón recibe el nombre de aghinaneu, lo cual ha hecho pensar en un origen céltico del término. Su campo semántico es siempre el mismo: un coro —ya de niños, ya de pobres— que en los días de Navidad pide limosna de casa en casa. Hoy designa especialmente el regalo que se ofrece a los grupos de escolares que recorren los hogares durante el periodo navideño, y muy especiamente durante las doce noches que dura el solsticio de Invierno, tocando música y cantando. Desde el punto de vista antropológico se ha explicado numerosas veces su significado social y “mágico”: en origen son un signo de buen augurio, porque los niños, al recibir los regalos de la comunidad, aseguran la suerte durante el año que entra; por eso existe también la superstición de que negarse a atender sus peticiones trae mala suerte.
Tan inseparable de la Navidad como el aguinaldo son los villancicos. Ésta es la denominación propiamente española, pero en todas partes existen cantos específicos para este periodo del año. También aquí la vieja costumbre pagana se impuso sobre las correcciones introducidas por los teólogos. Existen vestigios de que los villancicos oficiales, en el siglo V, eran cantados en latín y respondían a melodías profundas y solemnes. Éstos, empero, fueron rápidamente sustituidos por los cantos populares, que reforzados por su arraigo tradicional se reinstalaron en un universo religioso del que habían sido excluidos. Así florecieron los villancicos en España, las Weihnachtslieder alemanas, los carols ingleses, los chants de Noël franceses… Todos vienen además caracterizados por el importante papel que en ellos juegan los niños. Vencido el tabú eclesial, los villancicos llegaron a cantarse y bailarse en las iglesias, hasta que tal costumbre fue proscrita en el siglo VII por uno de los concilios de Toledo, verosímilmente el XIV, en 684 (por cierto que el transformar las iglesias en escenario de los ritos populares precristianos parece haber sido una costumbre muy arraigada: es sabido que en España se celebraron corridas de toros en el interior de aquéllas). Pero es el hecho que los villancicos siguieron en las calles y en los hogares de toda Europa, siempre con sus ritmos alegres y acompañados por instrumentos populares como la zambomba española, los caramillos ingleses o el Rummelpot alemán.
Banquetes, aguinaldos, villancicos… y regalos, por supuesto. ¿Qué sería una Navidad sin regalos? No hace falta haber leído a Bataille para saber que el regalo es un símbolo comunitario —y sagrado— de alegría puesta en común. Y a este respecto, el paisaje es de lo más diverso. En los países donde el imaginario católico medieval arraigó con mayor fuerza, como España, los Reyes Magos siguen siendo los grandes protagonistas (ése es también el origen de otra bella tradición típicamente española: el belenismo, o construcción de reproducciones artísticas del imaginario portal de Belén). Pero es evidente que la práctica del regalo navideño es anterior al cristianismo, a juzgar por la gran cantidad de personajes que en estas fechas recorren los hogares.
Los que nos traen los regalos
Uno de los más antiguos dispensadores de regalos es, curiosamente, San Martín, el mismo que da la señal para la matanza ritual del cerdo. Pero, según parece, este Martín no tiene nada que ver con el viejo obispo militar de Tours (316-400), fundador del monasterio de Ligugé, sino que la tradición popular ha utilizado su figura para reencarnar en él a un personaje anterior, patrón de las fiestas del buen comer y mejor beber, del que quedan evidentes huellas en los Martinsfeuer, Martinhorn o Martinsmännchen de diferentes regiones alemanas. San Martín da los regalos en Flandes y en algunas zonas rurales de Bélgica. Antaño fue así también en Cataluña, y más concretamente en la región del Ampurdán, según refiere Joan Amades: “Se decía a los niños que, al caer la noche, llegaría San Martín vestido como un pobre y montado en un asno flaco y mugriento, y que en la ventana de los niños buenos pondría castañas y otros frutos secos, y en la ventana de los niños malos dejaría cenizas y las boñigas del asno” (Costumari catalá, vol.7, p.711). El asno, por cierto, es también el animal que acompaña a Frau Holle y a San Nicolás.
Y este San Nicolás, ya que aquí aparece, nos da otra muestra de curiosa coincidencia entre los Países Bajos y el Levante español. El San Nicolás de la hagiografía cristiana es el antiguo obispo de Mira, en Asia Menor, en el siglo IV. Su fiesta, el 6 de diciembre, es —o era— el gran día infantil de los regalos en gran parte de Centroeuropa, donde la llegada de San Nicolás/Santa Claus marca el inicio del periodo de Adviento. Una y otra figura, la del santo y la del dispensador de regalos, responden, evidentemente, a orígenes distintos. Según explica F.X. Weiser, “tras el nombre de Santa Claus se oculta la figura del dios pagano germánico Thor, cuya leyenda ha pasado al viejo obispo en la presentación moderna de San Nicolás… Para nuestros antepasados paganos, es el dios más alegre y mejor, que nunca dañaba a los humanos, sino que los ayudaba y protegía. En cada casa se le consagraba un lugar especial ante el altar, y se decía que descendía por la chimenea en su elemento, el fuego” (Fetes et coutumes chrétiennes. De la liturgie au folklore, Mame, 1961). Pero este origen germánico se complica si tenemos en cuenta que, en la tradición popular de los Países Bajos, se dice que San Nicolás viene de España. ¿Es sólo un recuerdo de la época imperial? El antropólogo José Antonio Jáuregui, en conversación personal, nos confió hace pocas fechas su descubrimiento de que hacia los siglos XV o XVI existía pareja fiesta de San Nicolás en Valencia, lugar de escasísima presencia germánica. ¿Es la misma fiesta? ¿Tal vez el actual San Nicolás centroeuropeo es una mixtura de elementos germánicos y otros mediterráneos aportados por los soldados españoles? Misterio. En todo caso, lo seguro es que no se trata del obispo de Mira.
Una variante muy interesante a este respecto es la que protagonizan las figuras femeninas. En el norte de Italia goza de gran popularidad el Hada Befana; en ciertas regiones de Francia, los regalos los trae la Tante Arie; en Rusia, Babushka; en el sur de Alemania, el hada Perchta (o Berchta) aparece durante la época del solsticio para proteger a los niños. Es imposible no conectar estas damas con la Frau Holle alemana, verosímilmente derivada a su vez, como ha demostrado Alain de Benoist, de la vieja diosa de la tercera función Holda, encargada de la protección de los niños y las mujeres. ¿Por qué tantas hadas y en lugares tan diferentes? Volvamos al testimonio de Beda el Venerable: “Los antiguos pueblos de Inglaterra hacen comenzar el año el 25 de diciembre, el día en que nosotros celebramos el nacimiento del Señor, y esa misma noche que para nosotros es tan sagrada, ellos la llaman modranecht (modra niht), es decir, la noche de las madres”. Estas “madres” celebradas en Navidad, según interpretación hoy comúnmente admitida, serían antiguas divinidades benefactoras que habrían sobrevivido en los mencionados personajes navideños. El linaje precristiano de esta figura quedaría confirmado por algunas de las leyendas que acompañan a estas damas: así, de la Babushka rusa se dice que en los primeros tiempos sufrió la maldición de los obispos; también Frau Holle está vinculada al viejo rito de la caza salvaje de Wotan, identificado por la Iglesia con el Diablo (rito del cual, por cierto, existe un eco en la tradición gallega: el de los gigantescos jinetes que viven en el fondo del valle de Monterrey, en Orense, y que el día del fin del mundo saldrán con sus caballos librando descomunal batalla con los hombres de la superficie; en otro momento nos ocuparemos de ésto).
Con todo, y a pesar del enorme interés de esta presencia femenina en los regalos rituales navideños, la figura predominante es masculina. La Babushka rusa va siempre acompañada (cuando no es simplemente sustituida), por Frost, el hielo o “Padre Invierno”. Por cierto que en la Borgoña existe un homólogo suyo: el Padre Enero. En otros lugares, como en el País Vasco, es el Olentzaro quien da los regalos; el Olentzaro entronca directamente con las figuras aquí descritas, pero presenta una característica muy particular: representado como un muñeco de paja o madera ataviado con la vestimenta típica de los campesinos de la zona, al final es sin embargo apaleado por la chiquillería. Detengámonos brevemente en este punto. Contra la peculiaridad que algunos hermeneutas del vasquismo pretenden ver aquí, la realidad es que este rito del apaleamiento del Olentzaro evoca innegablemente las ceremonias de subversión e inversión características de las viejas saturnalias romanas, que se corresponden con las “fiestas de los locos” de otros lugares de Europa: los fuegos saturnales del 21 de diciembre; el “rey de burlas” de las legiones romanas, el día 22 de diciembre; las mascaradas de Deméter en Grecia, el 26 de diciembre; la fiesta de los Inocentes, superpuesta tardíamente a la fiesta de los locos, el día 28; las Kalendas Ianuarias del 1 de enero, condenadas por Isidoro de Sevilla por dar lugar a todo tipo de excesos… Se trata del otro rostro de la Navidad: la fiesta orgiástica, que permaneció durante mucho tiempo en las capas populares de la comunidad, y que seguramente prolonga ritos previos a la llegada de los indoeuropeos… no sólo en el País Vasco.
Pero estábamos en los dispensadores de regalos. Y hoy en día, como es bien sabido, el mayor regalador es Papá Noel, figura en la que confluyen los rasgos del paternalismo, la bondad, el banquete y el descenso por la chimenea, entre otros elementos característicos de las figuras antes mencionadas. Muchos piensan que la moda de Papá Noel forma parte del colonialismo cultural norteamericano. Ésto es verdad sólo por lo que respecta a los años recientes, porque, en realidad, Papá Noel no es un invento norteamericano (allí se llama Santa Claus, y es también importado de Europa), sino que procede de Alsacia. En 1871, tras la firma del Tratado de Frankfurt que ponía fin a la guerra franco-alemana, en Alsacia y Lorena se produjo una verdadera diáspora humana (y, por tanto, cultural) que parece estar detrás de muchas actuales costumbres navideñas. Papá Noel es una de ellas, aunque no falta quien le atribuye un origen normando.
Y el Árbol eterno
Donde no cabe duda alguna del origen alsaciano es en otra de las grandes costumbres navideñas de nuestros días: la del árbol de Navidad. Los primeros datos acerca de esta costumbre en la época moderna datan de los años 1521 y 1539, y siempre circunscritos a esa región de Europa. No se generalizará por todo el continente hasta el siglo XIX. Ahora bien, aunque el rito en su forma actual sea de origen próximo, el tema del árbol ligado a la fiesta del solsticio parece ser antiquísimo. J. Lefftz lo hace remontar al paganismo antiguo (Elsässischer Dorfbilder, Wörth, 1960). Parece claro que no hay ningún rastro cristiano en él. En la simbólica cristiana, el único árbol conocido es el árbol del jardín del Edén, del que Adán comió el fruto prohibido, desobedeciendo a Yahvé. Por el contrario, algunos datos de la vieja Irlanda y sobre todo de Escandinavia permiten remontar esta costumbre a un viejo culto al árbol germánico. Hoy se admite, con M. Chabot, que “en los tiempos paganos, en las fiestas de Jul, celebradas a finales de diciembre en honor del retorno de la Tierra hacia el Sol, se plantaba ante la casa un abeto del que colgaban antorchas y cintas de colores” (La nuit de Noël dans tous les pays, Pithiviers, 1907). Pero el árbol no aparece sólo en la tradición germánica: gracias a Virgilio sabemos que en Roma, durante el periodo de las saturnalias, se colgaba en plaza pública un árbol cargado de juguetes.
Nos hallamos aquí en presencia de otro elemento inseparable de la mentalidad mítica europea: el árbol como símbolo sagrado, como eje o pilar del mundo; un árbol que para los celtas era una encina o un roble, un fresno para los escandinavos (el famoso fresno Yggdrasill) y un tilo para los germanos. El árbol, con su impresionante estructura, sus hojas, su tronco y sus raíces, es una representación del cosmos y de su organización; pone en contacto los diferentes niveles del mundo (el cielo, la superficie y el reino subterráneo); une el presente, el pasado y el futuro, y liga al hombre con su linaje y su devenir. Vínculo de lo continuo y lo discontinuo, representa la vida que nunca acaba y por eso es símbolo de la regeneración perpetua de la vida. Exactamente del mismo modo que el solsticio de invierno da testimonio del renacimiento eterno del sol. Árbol y Navidad, por tanto, mantienen entre sí una comunión de significados. No es extraño que uno y otra comparezcan al mismo tiempo en presencia de los hombres.
Esto es, en fin, desde la fecha hasta el árbol, desde los villancicos hasta los regalos, la Navidad: un antiguo rito pagano, hondamente religioso (sólo los ignorantes pueden negar la existencia de una religiosidad pagana), que el cristianismo, en Europa, adoptó con toda naturalidad, generalmente forzada por el sentido popular de lo sagrado, del mismo modo que el catolicismo europeo hizo suyos gran número de elementos rituales y significados sacros de los pueblos que llenaban este continente antes de que hiciera su aparición Jesús de Nazaret. Tienen razón quienes hoy se lamentan por la pérdida del sentido originario de la Navidad. Pero no por esa presunta “paganización” que tanto denuncian los curas —ésta ha existido siempre, mucho antes de que el cristianismo hiciera acto de presencia—, sino por la comercialización rampante de los usos navideños. No es el Sol Invicto quien va a matar a Jesús (ni viceversa) el 25 de diciembre, sino que es Mammon, aquel dios abyecto del dinero que tanto execrara Ezra Pound, quien parece haber exterminado a los dos. Quizás ocurre que para los pueblos europeos el Sol ya se ha puesto definitivamente en un solsticio apocalíptico; nunca más volverá a salir.
Pero, no, el Sol siempre vuelve a salir; el Sol volverá. Éso es lo que significa la Navidad. Y ésto es lo que algunos, fieles a todas nuestras raíces, hemos celebrado estos últimos días.
Navidades Paganas:
Cristo, el último Dios Solar
El nacimiento de Jesucristo ha sido por milenios sujeto de debate y discusión, apenas centurias atrás era innegable que hace cerca de dos mil años nació un niño al que pusieron Jesús en la ciudad de Belén, incluso en mi infancia no se nos permitía cuestionar aquello, la primera verdad que nos enseñaban era ésa, el nacimiento de Jesús un 25 de diciembre, no lugar a cuestionamientos.
Es ahora, en esta era de la investigación donde se ha puesto en tela de duda no solo el nacimiento de un niño llamado Jesús un 25 de Diciembre, sino, incluso la existencia de alguien llamado Jesús que cumpla con todas las características del mito judeocristiano. Llegamos de aceptar algo como una verdad absoluta a dudar por completo de su existencia.
A partir de la duda naciente por este personaje muchas teorías se han vertido, muchas, demasiadas, pero las que más aceptación ha tenido en los últimos años es la teoría del “Jesús Solar”; esta teoría clama que la vida de Jesús de Nazareth no es más que una alegoría astronómica presente en todas las culturas de la humanidad y existente hace milenios. La teoría nos habla del ‘Sol Invictus’
Sol Invictus fue un título religioso dado a tres divinidades solares en la era del Imperio Romano: Mithra (Persia), Sol [Helios], El-Gabal (Siria), en el intento de varios emperadores por darle al Imperio un solo dios al que pudieran adorar todas las culturas y civilizaciones conquistadas. Lo más lógico, por supuesto, era darle el título de único y verdadero dios a un dios solar, al estilo de los Egipcios. Las celebraciones de este Sol Invictus tomaban forma en El Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (Dies Natalis Solis Invicti) que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno, en alusión al “renacimiento” del sol. Este Festival corría desde el 22 al 25 de diciembre. (wiki)
Junto al Sol Invictus se celebraban Las Saturnalias, fiestas en honor al dios Saturno (Cronos) se celebraban del 17 al 23 de diciembre, en honor al fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz (Sol Invictus), el 25 de diciembre, coincidiendo con la entrada del Sol en el signo de Capricornio (solsticio de invierno). Estas Saturnalias eran la gran celebración del año, no se celebraba simplemente el fin de las cosechas también se celebraba la igualdad; durante estas fiestas, se suspendía el poder de los amos sobre sus esclavos, y éstos tenían derecho a hablar y actuar con total libertad. No se respiraba más que placer y alegría: los tribunales y las escuelas cerraban, no estaba permitida la guerra ni la ejecución de criminales, ni ejercer otro arte más que el de la cocina, se intercambiaban regalos y se daban suntuosas comidas. Además, todos los habitantes de la ciudad dejaban de trabajar: ¿Les suena familiar algunas de éstas?, como podrán adivinar el Festival del Sol Invictus y las Saturnalias más tarde se conocerían como Navidad.
‘Pero, pero, las escrituras claramente dicen que Jesús nació un 25 de diciembre en la ciudad de Belén’ Falso, querido, amigo, como ya es de conocimiento público La Biblia jamás menciona hechos concretos sobre Jesús, y mucho peor la fecha exacta de su nacimiento. Se adoptó el 25 de Diciembre como la fecha de su nacimiento 300 años después de su muerte, cuando el emperador Constantino permitió el cristianismo en el Imperio romano, después de haber sido perseguido por el Imperio desde tiempos de Nerón. Y se adoptó aquella fecha porque se trataba de una fecha pagana popular, y si se deseaba hacer popular al cristianismo debía iniciarse por reemplazar los festivales más populares, y qué mejor que poner el nacimiento de Jesús en la misma fecha que el nacimiento del Sol Invictus, fue una movida maestra.
Paulatinamente fueron reemplazando las fechas de celebraciones “paganas” con cristianas hasta eclipsarlas completamente en el Siglo V después de Cristo.
Ahora bien, siguiendo la lógica astronómica y astrológica de la celebración del Sol Invictus, qué pasaría si adecuamos toda la vida de Jesús a diferentes eventos astronómicos que cada cultura consideraba relevante. He aquí la vida de Jesús como una alegoría astrológica.
Antes un pequeño paréntesis sobre el origen de las constelaciones y el zodiaco. El origen de nuestro zodiaco occidental se remonta a la antigua Sumeria. Este pueblo dividió al cielo en 12 segmentos (12 número del cosmos, del orden: 4 elementos, 3 modalidades, 6 polaridades) basados en el número de ciclos lunares relevantes en el año, marcados por los solsticios y equinoccios, es decir, nuestro zodiaco -llamado zodiaco tropical- corresponde a las estaciones y no al espacio sideral (por eso nuestro zodiaco jamás podría tener un décimo tercer signo como Ofiuco, pero ésa es otra historia).
Esta correlación entre nuestro zodiaco y las estaciones vemos que el Sol entra en Aries cuando el sol cruza el ecuador celestial en marzo; es decir, en el equinoccio de primavera.
El sol entra en Cáncer el momento que el sol alcanza el trópico de Cáncer en Julio; es decir, en el solsticio de verano.
El sol entra en Libra el momento en que el sol cruza el ecuador celestial en Septiembre; equinoccio de otoño.
El sol entra en Capricornio cuando el sol alcanza el Trópico de Capricornio en Diciembre; solsticio de Invierno
Aclarar también que los nombres de nuestras doce constelaciones tienen relación directa con la acción o elemento relevante de cada temporada, es así como cada cultura ha identificado sus constelaciones con nombres diferentes de acuerdo a las necesidades o acción clave que cada estación representaba. Tomemos por ejemplo a la constelación de Acuario, no se parece en nada al buen Ganímedes y su vasija de agua, pero la imaginación es grande, y el factor principal de bautizar a aquella constelación con ‘el aguador’ se debe a que cada año, cuando esas estrellas que conforman esta constelación están justo por encima del horizonte, siempre llueve. Por lo tanto la población comenzó a identificar ese sistema de estrellas con la lluvia, y eventualmente las personificaron esas como un individuo que vierte una jarra de agua sobre la tierra.
Ya que estamos en éstas pues pongamos en claro de una vez el significado estacionario que le dieron los habitantes del hemisferio norte a nuestro zodiaco, el origen de las 12 constelaciones;
Aries es representado como el Ram / Cordero porque marzo / abril es la época del año en que nacen los corderos.
Tauro es el Toro porque abril / mayo es el tiempo para arar y cultivar.
Géminis son los gemelos, llamados por Castor y Pollux, las estrellas gemelas en su constelación, así como porque mayo / junio es el momento del “aumento” o “duplicación” del sol, cuando alcanza su mayor fuerza.
Después de que el sol alcanza su fuerza en el solsticio de verano y comienza a disminuir en Cáncer (junio / julio), las estrellas eran comparadas al Cangrejo ya que “retroceden”.
Leo es el León porque, durante el calor de julio / agosto, los leones en Egipto salían del desierto caluroso.
Virgo, originalmente la Gran Madre Tierra, es la “Virgen que sostiene una vaina de trigo”, simboliza agosto / septiembre, el tiempo de la cosecha.
Libra (septiembre / octubre) es el equilibrio, refleja el equinoccio de otoño, cuando los días y la noche son iguales en duración.
Escorpio es el Escorpión porque en las zonas desérticas las feroces tormentas de octubre / noviembre se las llamaba “escorpiones” y porque estas tormentas parecían producidas por el aleteo incesante de aves gigantes, de ahí que el signo de Escorpio también sea simbolizado por el Águila y el Fénix. Es en esta época el sol empieza a menguar.
Sagitario es el “arquero vengativo” que hiere lateralmente y debilita el sol durante su acercamiento en noviembre / diciembre hacia el solsticio de invierno.
En Capricornio, el sol debilitado se encuentra con la cabra que embiste y arrastra a nuestro sol en diciembre / enero permaneciendo por debajo de su cenit.
Acuario, como ya se explicó es el Aguador porque enero / febrero es la época de las lluvias de invierno.
Piscis es representado por los Peces porque Febrero / Marzo es el momento en que se rompe el hielo de los lagos y ríos, e inicia la época precisa para la pesca.
Dispensen por favor este largo paréntesis pero valía la pena aclarar ciertos puntos además que aproveché para discurrir este tema de las constelaciones que tanto deseaba compartir.
Ahora pasemos a revisar algunas de las características que Jesús comparte con el resto de ‘dioses solares’ o simplemente con El Sol y todos sus avatars que el hombre se ha encargado de popularizar;
El sol “muere” durante tres días en el solsticio de invierno, para nacer de nuevo o resucitar el 25 de diciembre.
El sol de Dios es “nacido de una virgen”, se refiere a la luna nueva o “virgen”, la constelación de Virgo.
El “nacimiento” del sol es asistido por la “estrella brillante”, ya sea Sirius / Sothis o el planeta Venus, y por los “Tres Reyes”, que representan las tres estrellas en el cinturón de Orión.
El sol en su cenit, o al mediodía, está en la casa o templo celestial del “Altísimo”; Así, “él” comienza “la obra de su Padre” a la edad de doce años. Maxwell relata: “En ese momento, a lo largo de la historia, todo Egipto ofrecía oraciones al Dios Altísimo, el dios por sobre todos los dioses.
El sol entra en cada signo del zodíaco a 30° (30 años de Jesús)… el Sol de los cielos visibles se ha movido hacia el norte a 30 ° y se encuentra en la puerta de Acuario, el Portador de Agua o Juan el Bautista del planisferio místico.
El sol es el “carpintero” que construye sus “casas” diarias o 12 divisiones de dos horas.
Los “seguidores” del sol o “discípulos” son los 12 signos del zodíaco, a través de los cuales el sol debe pasar.
*El sol es “ungido” cuando sus rayos se sumergen en el mar.
El sol “cambia el agua en vino” creando lluvia, madurando la uva en la vid y fermentando el jugo de uva.
El sol “camina sobre el agua”, refiriéndose a su reflejo.
El sol “calma el mar” mientras él descansa en el “bote del cielo”. (Mt. 8: 237)
Cuando el sol es anual y mensualmente renacido, trae vida a la “momia solar”, su yo anterior, levantándola de entre los muertos.
El sol triunfalmente “monta un asno y su potro” en la “Ciudad de la Paz” cuando entra en el signo de Cáncer, que contiene dos estrellas llamadas “asnos pequeños”, y alcanza su plenitud.
El sol es el “León” cuando en Leo, la época más calurosa del año, se llama el “trono del Señor”.
El sol es “traicionado” por la constelación del Escorpión, la época del año en que el sol pierde su fuerza.
El sol es “crucificado” entre los dos ladrones de Sagitario y Capricornio.
El sol está colgado en una cruz, que representa su paso a través de los equinoccios, el equinoccio de primavera es la Pascua.
El sol se oscurece cuando “muere”: “El dios solar como el sol de la tarde o del otoño fue el sol agonizante, moribundo, o el sol muerto enterrado en el mundo inferior”.
El sol hace un paso dudoso en el solsticio de invierno, sin saber si volver a la vida o “resucitar”.
El sol está con nosotros “siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20), refiriéndose a las edades de la precesión de los equinoccios.
El sol es la “Luz del Mundo”, y “viene sobre las nubes, y todo ojo lo verá”.
El sol que se levanta por la mañana, es el “Salvador de la humanidad”.
El sol lleva una corona, “corona de espinas” o halo.
El Sol fue llamado “Hijo del Cielo (Dios)”, “El que todo lo ve”, “Consolador”, “Sanador”, “Salvador”, “Creador”, “Preservador”, “Gobernador del Mundo” “Dador de Vida Diaria”.
El sol es la Palabra o Logos de Dios.
El sol que todo lo ve, u “ojo de Dios” era considerado el juez de los vivos y muertos, aquel que regresará a la Tierra “sobre un caballo blanco”.
Muchas de estas características ya han sido mencionadas en documentales, libros y demás, y podríamos ir por toda la vida “conocida” de Jesucristo y darle un significado astronómico.
Veamos más adelante cómo el mito solar fue trasladado al mito cristiano- Para ello, también estaremos siguiendo los movimientos anuales del sol a través del zodíaco;
Según la leyenda, Jesús nació en un establo entre un caballo y una cabra, símbolos de Sagitario y Capricornio.
Fue bautizado en Acuario (Juan Bautista), el Portador de Agua.
Él eligió a sus primeros discípulos, pescadores, en Piscis, el signo de los peces.
Se convirtió en el Buen Pastor y el Cordero en Aries, el Ram.
Jesús contó las parábolas de la siembra y labranza de los campos en Tauro, el Toro.
En Cáncer, “el mar celestial de Galilea”, calmó la tormenta y las aguas, habló de retrocesores (el Cangrejo), y montó el asno y el potro en triunfo en la Ciudad de la Paz, Jerusalén.
Jesús era el León en Leo.
En Libra, Cristo era la vid verdadera en el Jardín de Getsemaní, el “lagar”, ya que este es el tiempo de la vendimia (recolección de uva).
Jesús fue traicionado por Judas, el “difamador”, asociado con Escorpio por el ataque con su cola ponzoñosa ‘a traición’.
En Sagitario, Jesús fue herido en el costado por el centauro.
Fue crucificado en el solsticio de invierno entre los “dos ladrones” de Sagitario y Capricornio, que minaron su fuerza.
Todo nos indica que Jesucristo; el mito -luego analizaremos Jesucristo: el hombre- no es más que el último avatar del dios sol, la última encarnación de aquel viaje estelar que llevamos observando por milenios y milenios. ¿Y por qué es el último avatar? Porque Jesucristo encarna la era de Piscis, la era zodiacal actual (año 0 – 2150 dc), por eso la simbología del Pez está muy ligada a Jesús, no tan solo por aquello de ‘pescador de hombres’ (Ichthys, el pescador).
Tomemos por ejemplo otro dios solar: Horus, y hagamos un repaso por sus encarnaciones dependiendo de la era zodiacal en la que se encontraba inicia como el Renovador, el Niño Eterno que había nacido como León en Leo; nace como un Escarabajo en Cáncer; como uno de los Gemelos en Géminis; como un becerro en el Signo del Toro; y, un Cordero en el Signo de Aries, estaba destinado a manifestarse como el Pez, en el Signo de los Peces si es que el imperio egipcio no decaía y su religión persistía.
Sin embargo algunos consideran a Jesús un avatar de Horus y lo llaman AtumHorus, encarnando en esta era como el pez Iusaas (Jesús), su nacimiento fue astronómicamente fechado para ocurrir en BethLechem – la casa del pan (Virgo) – alrededor de 255 AC, en el momento en que el equinoccio de Pascua entró en el signo de Piscis,
Por lo tanto, Jesús es el dios solar Pisciano, Estableciendo el pez como alegoría del alimento (conocimiento) de comunión de la nueva era. Incluso los primeros cristianos fueron llamados “Pisciculi”: “peces pequeños”.
En Mateo 28:20 Jesús nos da una pista muy interesante sobre su origen real que lamentablemente debido a malas traducciones se ha perdido, el versículo reza así: ‘Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos’. El error está en la palabra ‘tiempos’, ya que originalmente reza Era; ‘estaré con ustedes hasta el final de la era’.
Y es precisamente ahora que estamos a puertas del fin de la Era de Piscis, para dar la bienvenida a la Era de Acuario, aquella “segunda venida” proclamada no vendría a ser más que un ‘cambio de guardia’, la segunda venida de Jesús es la milésima de Horus encarnando en un nuevo avatar para la nueva era.
De momento llegaremos hasta ahí ya que se ha extendido mucho el post. Volverá este artículo con una segunda parte.
Navidades Paganas:
Cristo, el último Dios Solar
El nacimiento de Jesucristo ha sido por milenios sujeto de debate y discusión, apenas centurias atrás era innegable que hace cerca de dos mil años nació un niño al que pusieron Jesús en la ciudad de Belén, incluso en mi infancia no se nos permitía cuestionar aquello, la primera verdad que nos enseñaban era ésa, el nacimiento de Jesús un 25 de diciembre, no lugar a cuestionamientos.
Es ahora, en esta era de la investigación donde se ha puesto en tela de duda no solo el nacimiento de un niño llamado Jesús un 25 de Diciembre, sino, incluso la existencia de alguien llamado Jesús que cumpla con todas las características del mito judeocristiano. Llegamos de aceptar algo como una verdad absoluta a dudar por completo de su existencia.
A partir de la duda naciente por este personaje muchas teorías se han vertido, muchas, demasiadas, pero las que más aceptación ha tenido en los últimos años es la teoría del “Jesús Solar”; esta teoría clama que la vida de Jesús de Nazareth no es más que una alegoría astronómica presente en todas las culturas de la humanidad y existente hace milenios. La teoría nos habla del ‘Sol Invictus’
Sol Invictus fue un título religioso dado a tres divinidades solares en la era del Imperio Romano: Mithra (Persia), Sol [Helios], El-Gabal (Siria), en el intento de varios emperadores por darle al Imperio un solo dios al que pudieran adorar todas las culturas y civilizaciones conquistadas. Lo más lógico, por supuesto, era darle el título de único y verdadero dios a un dios solar, al estilo de los Egipcios. Las celebraciones de este Sol Invictus tomaban forma en El Festival del Nacimiento del Sol Inconquistado (Dies Natalis Solis Invicti) que se celebraba cuando la luz del día aumentaba después del solsticio de invierno, en alusión al “renacimiento” del sol. Este Festival corría desde el 22 al 25 de diciembre. (wiki)
Junto al Sol Invictus se celebraban Las Saturnalias, fiestas en honor al dios Saturno (Cronos) se celebraban del 17 al 23 de diciembre, en honor al fin del período más oscuro del año y el nacimiento del nuevo período de luz (Sol Invictus), el 25 de diciembre, coincidiendo con la entrada del Sol en el signo de Capricornio (solsticio de invierno). Estas Saturnalias eran la gran celebración del año, no se celebraba simplemente el fin de las cosechas también se celebraba la igualdad; durante estas fiestas, se suspendía el poder de los amos sobre sus esclavos, y éstos tenían derecho a hablar y actuar con total libertad. No se respiraba más que placer y alegría: los tribunales y las escuelas cerraban, no estaba permitida la guerra ni la ejecución de criminales, ni ejercer otro arte más que el de la cocina, se intercambiaban regalos y se daban suntuosas comidas. Además, todos los habitantes de la ciudad dejaban de trabajar: ¿Les suena familiar algunas de éstas?, como podrán adivinar el Festival del Sol Invictus y las Saturnalias más tarde se conocerían como Navidad.
‘Pero, pero, las escrituras claramente dicen que Jesús nació un 25 de diciembre en la ciudad de Belén’ Falso, querido, amigo, como ya es de conocimiento público La Biblia jamás menciona hechos concretos sobre Jesús, y mucho peor la fecha exacta de su nacimiento. Se adoptó el 25 de Diciembre como la fecha de su nacimiento 300 años después de su muerte, cuando el emperador Constantino permitió el cristianismo en el Imperio romano, después de haber sido perseguido por el Imperio desde tiempos de Nerón. Y se adoptó aquella fecha porque se trataba de una fecha pagana popular, y si se deseaba hacer popular al cristianismo debía iniciarse por reemplazar los festivales más populares, y qué mejor que poner el nacimiento de Jesús en la misma fecha que el nacimiento del Sol Invictus, fue una movida maestra.
Paulatinamente fueron reemplazando las fechas de celebraciones “paganas” con cristianas hasta eclipsarlas completamente en el Siglo V después de Cristo.
Ahora bien, siguiendo la lógica astronómica y astrológica de la celebración del Sol Invictus, qué pasaría si adecuamos toda la vida de Jesús a diferentes eventos astronómicos que cada cultura consideraba relevante. He aquí la vida de Jesús como una alegoría astrológica.
Antes un pequeño paréntesis sobre el origen de las constelaciones y el zodiaco. El origen de nuestro zodiaco occidental se remonta a la antigua Sumeria. Este pueblo dividió al cielo en 12 segmentos (12 número del cosmos, del orden: 4 elementos, 3 modalidades, 6 polaridades) basados en el número de ciclos lunares relevantes en el año, marcados por los solsticios y equinoccios, es decir, nuestro zodiaco -llamado zodiaco tropical- corresponde a las estaciones y no al espacio sideral (por eso nuestro zodiaco jamás podría tener un décimo tercer signo como Ofiuco, pero ésa es otra historia).
Esta correlación entre nuestro zodiaco y las estaciones vemos que el Sol entra en Aries cuando el sol cruza el ecuador celestial en marzo; es decir, en el equinoccio de primavera.
El sol entra en Cáncer el momento que el sol alcanza el trópico de Cáncer en Julio; es decir, en el solsticio de verano.
El sol entra en Libra el momento en que el sol cruza el ecuador celestial en Septiembre; equinoccio de otoño.
El sol entra en Capricornio cuando el sol alcanza el Trópico de Capricornio en Diciembre; solsticio de Invierno
Aclarar también que los nombres de nuestras doce constelaciones tienen relación directa con la acción o elemento relevante de cada temporada, es así como cada cultura ha identificado sus constelaciones con nombres diferentes de acuerdo a las necesidades o acción clave que cada estación representaba. Tomemos por ejemplo a la constelación de Acuario, no se parece en nada al buen Ganímedes y su vasija de agua, pero la imaginación es grande, y el factor principal de bautizar a aquella constelación con ‘el aguador’ se debe a que cada año, cuando esas estrellas que conforman esta constelación están justo por encima del horizonte, siempre llueve. Por lo tanto la población comenzó a identificar ese sistema de estrellas con la lluvia, y eventualmente las personificaron esas como un individuo que vierte una jarra de agua sobre la tierra.
Ya que estamos en éstas pues pongamos en claro de una vez el significado estacionario que le dieron los habitantes del hemisferio norte a nuestro zodiaco, el origen de las 12 constelaciones;
Aries es representado como el Ram / Cordero porque marzo / abril es la época del año en que nacen los corderos.
Tauro es el Toro porque abril / mayo es el tiempo para arar y cultivar.
Géminis son los gemelos, llamados por Castor y Pollux, las estrellas gemelas en su constelación, así como porque mayo / junio es el momento del “aumento” o “duplicación” del sol, cuando alcanza su mayor fuerza.
Después de que el sol alcanza su fuerza en el solsticio de verano y comienza a disminuir en Cáncer (junio / julio), las estrellas eran comparadas al Cangrejo ya que “retroceden”.
Leo es el León porque, durante el calor de julio / agosto, los leones en Egipto salían del desierto caluroso.
Virgo, originalmente la Gran Madre Tierra, es la “Virgen que sostiene una vaina de trigo”, simboliza agosto / septiembre, el tiempo de la cosecha.
Libra (septiembre / octubre) es el equilibrio, refleja el equinoccio de otoño, cuando los días y la noche son iguales en duración.
Escorpio es el Escorpión porque en las zonas desérticas las feroces tormentas de octubre / noviembre se las llamaba “escorpiones” y porque estas tormentas parecían producidas por el aleteo incesante de aves gigantes, de ahí que el signo de Escorpio también sea simbolizado por el Águila y el Fénix. Es en esta época el sol empieza a menguar.
Sagitario es el “arquero vengativo” que hiere lateralmente y debilita el sol durante su acercamiento en noviembre / diciembre hacia el solsticio de invierno.
En Capricornio, el sol debilitado se encuentra con la cabra que embiste y arrastra a nuestro sol en diciembre / enero permaneciendo por debajo de su cenit.
Acuario, como ya se explicó es el Aguador porque enero / febrero es la época de las lluvias de invierno.
Piscis es representado por los Peces porque Febrero / Marzo es el momento en que se rompe el hielo de los lagos y ríos, e inicia la época precisa para la pesca.
Dispensen por favor este largo paréntesis pero valía la pena aclarar ciertos puntos además que aproveché para discurrir este tema de las constelaciones que tanto deseaba compartir.
Ahora pasemos a revisar algunas de las características que Jesús comparte con el resto de ‘dioses solares’ o simplemente con El Sol y todos sus avatars que el hombre se ha encargado de popularizar;
El sol “muere” durante tres días en el solsticio de invierno, para nacer de nuevo o resucitar el 25 de diciembre.
El sol de Dios es “nacido de una virgen”, se refiere a la luna nueva o “virgen”, la constelación de Virgo.
El “nacimiento” del sol es asistido por la “estrella brillante”, ya sea Sirius / Sothis o el planeta Venus, y por los “Tres Reyes”, que representan las tres estrellas en el cinturón de Orión.
El sol en su cenit, o al mediodía, está en la casa o templo celestial del “Altísimo”; Así, “él” comienza “la obra de su Padre” a la edad de doce años. Maxwell relata: “En ese momento, a lo largo de la historia, todo Egipto ofrecía oraciones al Dios Altísimo, el dios por sobre todos los dioses.
El sol entra en cada signo del zodíaco a 30° (30 años de Jesús)… el Sol de los cielos visibles se ha movido hacia el norte a 30 ° y se encuentra en la puerta de Acuario, el Portador de Agua o Juan el Bautista del planisferio místico.
El sol es el “carpintero” que construye sus “casas” diarias o 12 divisiones de dos horas.
Los “seguidores” del sol o “discípulos” son los 12 signos del zodíaco, a través de los cuales el sol debe pasar.
*El sol es “ungido” cuando sus rayos se sumergen en el mar.
El sol “cambia el agua en vino” creando lluvia, madurando la uva en la vid y fermentando el jugo de uva.
El sol “camina sobre el agua”, refiriéndose a su reflejo.
El sol “calma el mar” mientras él descansa en el “bote del cielo”. (Mt. 8: 237)
Cuando el sol es anual y mensualmente renacido, trae vida a la “momia solar”, su yo anterior, levantándola de entre los muertos.
El sol triunfalmente “monta un asno y su potro” en la “Ciudad de la Paz” cuando entra en el signo de Cáncer, que contiene dos estrellas llamadas “asnos pequeños”, y alcanza su plenitud.
El sol es el “León” cuando en Leo, la época más calurosa del año, se llama el “trono del Señor”.
El sol es “traicionado” por la constelación del Escorpión, la época del año en que el sol pierde su fuerza.
El sol es “crucificado” entre los dos ladrones de Sagitario y Capricornio.
El sol está colgado en una cruz, que representa su paso a través de los equinoccios, el equinoccio de primavera es la Pascua.
El sol se oscurece cuando “muere”: “El dios solar como el sol de la tarde o del otoño fue el sol agonizante, moribundo, o el sol muerto enterrado en el mundo inferior”.
El sol hace un paso dudoso en el solsticio de invierno, sin saber si volver a la vida o “resucitar”.
El sol está con nosotros “siempre, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20), refiriéndose a las edades de la precesión de los equinoccios.
El sol es la “Luz del Mundo”, y “viene sobre las nubes, y todo ojo lo verá”.
El sol que se levanta por la mañana, es el “Salvador de la humanidad”.
El sol lleva una corona, “corona de espinas” o halo.
El Sol fue llamado “Hijo del Cielo (Dios)”, “El que todo lo ve”, “Consolador”, “Sanador”, “Salvador”, “Creador”, “Preservador”, “Gobernador del Mundo” “Dador de Vida Diaria”.
El sol es la Palabra o Logos de Dios.
El sol que todo lo ve, u “ojo de Dios” era considerado el juez de los vivos y muertos, aquel que regresará a la Tierra “sobre un caballo blanco”.
Muchas de estas características ya han sido mencionadas en documentales, libros y demás, y podríamos ir por toda la vida “conocida” de Jesucristo y darle un significado astronómico.
Veamos más adelante cómo el mito solar fue trasladado al mito cristiano- Para ello, también estaremos siguiendo los movimientos anuales del sol a través del zodíaco;
Según la leyenda, Jesús nació en un establo entre un caballo y una cabra, símbolos de Sagitario y Capricornio.
Fue bautizado en Acuario (Juan Bautista), el Portador de Agua.
Él eligió a sus primeros discípulos, pescadores, en Piscis, el signo de los peces.
Se convirtió en el Buen Pastor y el Cordero en Aries, el Ram.
Jesús contó las parábolas de la siembra y labranza de los campos en Tauro, el Toro.
En Cáncer, “el mar celestial de Galilea”, calmó la tormenta y las aguas, habló de retrocesores (el Cangrejo), y montó el asno y el potro en triunfo en la Ciudad de la Paz, Jerusalén.
Jesús era el León en Leo.
En Libra, Cristo era la vid verdadera en el Jardín de Getsemaní, el “lagar”, ya que este es el tiempo de la vendimia (recolección de uva).
Jesús fue traicionado por Judas, el “difamador”, asociado con Escorpio por el ataque con su cola ponzoñosa ‘a traición’.
En Sagitario, Jesús fue herido en el costado por el centauro.
Fue crucificado en el solsticio de invierno entre los “dos ladrones” de Sagitario y Capricornio, que minaron su fuerza.
Todo nos indica que Jesucristo; el mito -luego analizaremos Jesucristo: el hombre- no es más que el último avatar del dios sol, la última encarnación de aquel viaje estelar que llevamos observando por milenios y milenios. ¿Y por qué es el último avatar? Porque Jesucristo encarna la era de Piscis, la era zodiacal actual (año 0 – 2150 dc), por eso la simbología del Pez está muy ligada a Jesús, no tan solo por aquello de ‘pescador de hombres’ (Ichthys, el pescador).
Tomemos por ejemplo otro dios solar: Horus, y hagamos un repaso por sus encarnaciones dependiendo de la era zodiacal en la que se encontraba inicia como el Renovador, el Niño Eterno que había nacido como León en Leo; nace como un Escarabajo en Cáncer; como uno de los Gemelos en Géminis; como un becerro en el Signo del Toro; y, un Cordero en el Signo de Aries, estaba destinado a manifestarse como el Pez, en el Signo de los Peces si es que el imperio egipcio no decaía y su religión persistía.
Sin embargo algunos consideran a Jesús un avatar de Horus y lo llaman AtumHorus, encarnando en esta era como el pez Iusaas (Jesús), su nacimiento fue astronómicamente fechado para ocurrir en BethLechem – la casa del pan (Virgo) – alrededor de 255 AC, en el momento en que el equinoccio de Pascua entró en el signo de Piscis,
Por lo tanto, Jesús es el dios solar Pisciano, Estableciendo el pez como alegoría del alimento (conocimiento) de comunión de la nueva era. Incluso los primeros cristianos fueron llamados “Pisciculi”: “peces pequeños”.
En Mateo 28:20 Jesús nos da una pista muy interesante sobre su origen real que lamentablemente debido a malas traducciones se ha perdido, el versículo reza así: ‘Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos’. El error está en la palabra ‘tiempos’, ya que originalmente reza Era; ‘estaré con ustedes hasta el final de la era’.
Y es precisamente ahora que estamos a puertas del fin de la Era de Piscis, para dar la bienvenida a la Era de Acuario, aquella “segunda venida” proclamada no vendría a ser más que un ‘cambio de guardia’, la segunda venida de Jesús es la milésima de Horus encarnando en un nuevo avatar para la nueva era.
De momento llegaremos hasta ahí ya que se ha extendido mucho el post. Volverá este artículo con una segunda parte.
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