A la hora de estudiar historia aragonesa, y más concretamente la época de Alfonso I “el Batallador” y sus conquistas por el valle del Ebro, las explicaciones que se suelen dar son que Zaragoza fue conquistada a los musulmanes en el año 1118 y listo. Pero esto no es tan sencillo, pues hubo una etapa algo posterior en el que la capital del Ebro no estuvo en manos del reino aragonés, sino en las de los reinos de León y Castilla.
Para explicarlo nos tenemos que ir al año 1134, en el que muere “el Batallador” y deja su famosísimo testamento por el cual lega su reino a varias órdenes militares que, por supuesto, querían cobrarse su parte del suculento pastel. Pero la nobleza aragonesa dice que “por estas”, así que se van a buscar a Ramiro, hermano menor de Alfonso, que por entonces era obispo de Roda-Barbastro, y lo proclaman rey. Se abrió entonces un enorme conflicto sucesorio, un choque con las órdenes militares y el papado, que exigían el cumplimiento del testamento, y una situación de inestabilidad que hicieron peligrar el futuro del reino aragonés. Además, el monarca fallecido lo hizo por las heridas recibidas al ser derrotado por los musulmanes en la Batalla de Fraga a principios del verano de ese año, lo que generó una sensación de indefensión en todas las tierras del valle del Ebro, que apenas se habían conquistado unos años antes. Se veía pues el peligro de que Zaragoza, Daroca, Calatayud, Tarazona, volvieran a caer de nuevo en manos del islam, y de hecho hubo preparativos por su parte para tratar de reconquistar el valle medio del Ebro.
Aprovechando toda esta situación, con un rey de Aragón al que todos consideraban débil y que en los primeros meses de su reinado no sabía cómo afrontar la papeleta que le había tocado, aparece el oportunista rey de León y de Castilla, Alfonso VII. La taifa de Zaragoza había sido desde hacía tiempo una de las piezas más codiciadas por los reinos vecinos, y ya a mediados del siglo XI la habían sometido al pago de tributos –parias-, lo que indicaba su vasallaje y que si alguien tenía derecho a conquistar esas tierras eran ellos. Pero León y Castilla bastante tuvieron desde el año 1086 con defenderse de los zarpazos de los almorávides que habían llegado desde el norte de África y que amenazaban a la recién conquistada Toledo, por lo que se olvidaron del tema por un tiempo y, más aún, durante el convulso reinado de Urraca I, la que fue durante unos pocos años esposa de Alfonso I de Aragón. Este finalmente tomó la delantera y, como ya hemos comentado, conquistó Zaragoza en el año 1118 y todos los territorios circundantes, duplicando el territorio aragonés.
Volvemos así al año 1134, en el que las amenazas que se cernían sobre Aragón y Zaragoza hacen que Alfonso VII encabece un ejército a finales de año y que, con la ayuda de los condes de Urgel, Tolosa, Pallars, Comenge, el señor de Montpellier y el conde Ramón Berenguer IV de Barcelona, lleguen a la capital del Ebro y tomen la ciudad. ¿La excusa? Defenderla de la amenaza de los musulmanes en vista de que Ramiro II de Aragón tenía dificultades en su reino. ¿La realidad? Alfonso VII llegaba para quedarse y añadir Zaragoza a sus dominios.
Al año siguiente, Ramiro llega a la ciudad para reclamar su devolución, pero ve que no tiene fuerza alguna con la que negociar, así que decide volver al norte para reorganizar sus dominios y trazar su línea de actuación. Tiene un reino cuya nobleza le ha elegido por creerle débil, que está intentado sacar tajada del caos, cuya principal urbe ha sido ocupada por el reino más poderoso de la península, y con el problema de la sucesión que persiste, pues no tiene esposa ni sucesores. Todos los Estados vecinos están deseando la desaparición de la Casa de Aragón para aumentar sus dominios a costa de los aragoneses. Pero Ramiro decide por fin ejercer como rey, somete a la nobleza de tal forma que surge el famoso mito de la “Campana de Huesca” –escuchar Podcast IV-, se casa y tiene una hija, Petronila, con la que asegura la continuidad de su linaje.
En cuanto a la situación en Zaragoza, se arma de paciencia y deja pasar el tiempo, pues sabe que este al final acabará corriendo en su favor. Y finalmente llega su momento. El 10 de junio del año 1136, el papa Inocencio II vuelve a exigir que Zaragoza pase a ser feudo de las órdenes militares como había dejado estipulado Alfonso “el Batallador”. Pero esta vez se lo reclama a Alfonso VII, el rey de León y de Castilla, pues es quien la está ocupando en ese momento. El monarca empieza a ver que la ciudad comienza a ser más un problema que un premio, y no quiere jugarse sus buenas relaciones con Roma. Así que al fin se aviene a negociar su devolución a Ramiro II, aunque no sin antes sacar tajada, pues logra confirmar la cesión para Castilla de territorios como Soria, Medinaceli y Molina de Aragón, además de lograr el juramento de vasallaje –aunque este fue más nominal que otra cosa- por parte del rey aragonés. También se acordó el casamiento de la recién nacida Petronila con el hijo del rey leonés, pero la nobleza se negó a ello, y todos sabemos que finalmente la princesa acabaría tomando la dirección contraria.
Así pues, el 24 de agosto de 1136 Zaragoza regresó a los dominios del Reino de Aragón, aunque de este episodio nos ha quedado un recuerdo bastante importante, pues la ciudad, hoy en día, sigue llevando como símbolo el león, emblema del reino leonés.
Sergio Martínez Gil
Lcdo. en Historia por la Univ. de Zaragoza
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